27 enero 2015

Lo real y lo verosímil

“El primer deber de la ficción es con el drama, no con los hechos”. Es una de las frases que se leen en un artículo que The Guardian publicó hace unos días sobre las críticas que se están haciendo en el Reino Unido a la segunda temporada de “Broadchurch”. La serie, que cuenta ahora el juicio por el asesinato de Danny Lattimer y las ramificaciones que éste tiene para todos los implicados, se está viendo sometida al mismo nivel de escrutinio con el que el público y los medios británicos se dedican últimamente a analizarlo todo, desde “Homeland” a “Downton Abbey” o “Call the midwife”, y que se resume en un “busquemos defectos”. Pero no defectos que vengan directamente de la serie, sino externos a ella, detalles que no se ajustan a la realidad y que no son verdad. Pongamos por caso a la misma “Broadchurch”; en lugar de criticar, por ejemplo, que las dos tramas que se manejan en estos capítulos están canibalizando lo que en teoría era la columna vertebral de la serie (la interacción de los personajes de esa comunidad), se dedican a apuntar que tal testigo nunca sería llamado a declarar en la vida real, o que nunca se harían esas preguntas. Como dicen en The Guardian, tal vez no, pero también es posible que, entonces, la realidad fuera demasiado aburrida.

Es muy curiosa la confusión que suele haber entre lo realista y lo verosímil. Aunque lo parezca , no son sinónimos; una obra de ficción debe regirse por la verosimilitud, por mostrar cosas que, dentro de su lógica interna, tengan la apariencia de verdad. Y esas cosas no tienen por qué ser realistas. Lo que tienen que hacer es ser verdad dramáticamente, tener un sentido dentro de la ficción. Todos sabemos que una antropóloga forense como Temperance Brennan no acompañaría a un agente del FBI como Booth a interrogar sospechosos, pero si en la ficción no lo hace, “Bones” pierde el drama, pierde lo que puede darle interés. Un análisis de ADN no tarda horas, sino días. ¿Quién quiere ver un capítulo de “CSI” en el que estén simplemente matando el tiempo hasta que lleguen los resultados?

Aquí entra el espinoso tema de las licencias dramáticas, la kryptonita de cualquier película con aspiraciones al Oscar que cuente un hecho histórico. ¿Hasta dónde puede uno tergiversar la realidad para que salga una mejor película, o una mejor serie? Evidentemente, no todo es legítimo, pero tampoco hay que ser unos talibanes del rigor con los hechos (a no ser que sea un documental, en ese caso las reglas del juego son otras). Volviendo a “Broadchurch”, la trama de Hardy intentando resolver el caso de Sandbrook puede hacer aguas por la cabezonería y cerrazón mental del detective, pero no porque “un policía en la vida real nunca haría eso”. Tal y como hemos visto actuar anteriormente a Hardy, las cosas que hace son perfectamente verosímiles, aunque no sean realistas. De hecho, The Guardian da en el clavo de los problemas que pueden tener estos nuevos capítulos al apuntar que está apartándose de la radiografía de la comunidad, de las interacciones entre los personajes (donde sigue funcionando bastante bien), a favor de giros de guión y revelaciones sorprendentes.

De hecho, Beth, la madre de Danny, puede ejemplificar perfectamente todo esto que estamos comentando. Su reacción ante Ellie puede ser muy realista y muy coherente con lo que debe sentir una madre en su situación; dramáticamente, empieza a resultar irritante y sumamente cargante, y nos pone muy difícil que la entendamos. Ficción y realidad operan bajo diferentes normas.

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