18 enero 2016

Películas a la vieja usanza

En las nominaciones a los próximos Oscar hay una curiosa mezcla de películas muy modernas y rompedoras con otras bastante más clásicas, que no necesariamente tradicionales. Por cada "Mad Max: Furia en la carretera" o "Sicario" encontramos no ya una "Spotlight", sino películas rodadas siguiendo esos cánones clásicos del cine americano de la época dorada de Hollywood. Los años 50 están muy presentes no sólo como escenario temporal de "Brooklyn", sino que marcan la manera en la que Steven Spielberg y Todd Haynes dirigen dos cintas que, a priori, no tienen nada que ver entre sí como "Carol" y "El puente de los espías", dos títulos que muestran dos lados diferentes de aquella década.

"Carol" es una historia de amor y, como tal, sus códigos pueden ser más los de "Breve encuentro", una de las inspiraciones reconocidas por Haynes para su rodaje. Basada en una novela de Patricia Highsmith, cuenta la relación entre Carol, una mujer adinerada que está separándose de su marido, y Therese, una joven que aún no sabe muy bien qué hacer con su vida y que trabaja de dependienta en unos grandes almacenes para ganarse unos dólares. Las dos se sienten inmediatamente atraídas la una por la otra, pero en la sociedad de principios de los 50, una relación homosexual era ilegal y podía llevarlas, como mínimo, a terapia con un psiquiatra para intentar "curarlas" de su "aflicción". Así que todos sus acercamientos se producen con conversaciones codificadas, miradas y silencios bastante más elocuentes que un apasionado monólogo, y "Carol" se construye de la misma manera.

No tiene prisa, va narrando la historia de una manera elegante y contenida, como los dramas románticos de los 40 antes de que llegara el melodrama desatado y de colores saturados de Douglas Sirk, al que el propio Haynes homenajeó conscientemente en "Lejos del cielo". No es una película de explosiones emocionales, sino que todo transcurre en lo que se insinúa y, a veces, hasta cuesta explicitar en privado. Y la fotografía, apagada e invernal, excepto cuando Therese y Carol están juntas en esos hoteles de su road trip, ayuda a vender esa ambientación a principios de los 50, algo que hace también "El puente de los espías".

Ésta, sin embargo, transcurre ya casi a principios de los 60, en unos Estados Unidos completamente consumidos por la paranoia de la Guerra Fría y el temor a un ataque soviético, y cuenta una historia real: la del intercambio entre el espía ruso Rudolf Abel y el piloto estadounidense Gary Powers, negociado por un abogado especializado en demandas de seguros llamado James Donovan. Spielberg se imbuye ahí de los colores y la manera de rodar de las películas de aquella época y, sobre todo, del género de espías. En Nueva York, los colores se saturan, mientras en el Berlín oriental pasan a estar dominados por el gris de la nieve, del muro recién construido y de los edificios aún en ruinas desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

"El puente de los espías" no sólo es clásica en las formas, sino también en el fondo. Donovan (interpretado un Tom Hanks más James Stewart que nunca) representa los valores americanos del juicio justo, de que la ley protege a todos sus habitantes, aunque no nacieran allí, y del hombre corriente íntegro y firme en sus principios, aunque todo el mundo a su alrededor le presione para que ceda y entregue a Abel a un juicio que no sería más que una farsa para poder ejecutarlo tranquilamente. Por eso también es una película a la vieja usanza, libre del cinismo actual. Y por eso lo es también "Carol", que se entrega al romanticismo clásico sin sobreexplotarlo. Ninguno de esos dos géneros se hacen ya de esa manera.

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