22 enero 2015

Creciendo con Harry

Hay un concepto muy curioso alrededor de algunas formas de entretenimiento que es el de crecer con algo. Ese algo puede ser una serie (de televisión o de películas) o una saga literaria, pero es algo que te acompañó durante parte de tu infancia y adolescencia, hasta que llegó al final o te volviste demasiado mayor (y aburrido) para seguir disfrutándolo igual. También puede ser un grupo de música, cómics de superhéroes y hasta “Hannah Montana”, y no tienen por qué ser necesariamente productos orientados al público infantil y juvenil. En su crítica sobre “The legend of Korra” (sí, lo siento, tenía que salir otra vez), Crítico en serie hablaba sobre lo que debía haber sido ver “Avatar: The last airbender” siendo un niño de, pongamos, ocho años en 2005, seguirla durante tres temporadas y después, ya con 15 en 2012, ponerse a ver su continuación hasta que, cuando ésta alcanza su final, has cumplido 17. Es un largo viaje para compartir con Aang y Korra, y un viaje que ambas series van haciendo contigo. El tono de las dos es diferente porque sus creadores asumen que el público se ha hecho algo más mayor, y hasta los temas que se tratan de una temporada a otra se vuelven más maduros justo por la misma razón.

Probablemente, algo parecido tuvo que pasar con los fans de “Buffy, la cazavampiros” que se asomaran a ella siendo igualmente adolescentes, y que la terminaran ya con sus carreras universitarias terminadas. Puede aplicarse incluso a “Veronica Mars” y su regreso de entre los muertos el año pasado; cuando vimos aquellas primeras tres temporadas en televisión (o en el ordenador) podíamos ser veinteañeros todavía con la experiencia de la universidad (y hasta del instituto) relativamente reciente. Para cuando se estrenó la película, pasar de los 30 nos daba otra perspectiva del mundo, y Veronica maduró con nosotros. No puede desestimarse la importancia que una experiencia así tiene en el fan. La serie se convierte en parte inseparable de tu vida y de tus recuerdos pasados, como las discusiones en el instituto de los martes por la mañana sobre el último capítulo de “Expediente X”.

Probablemente, una de las últimas sagas que más ha aprovechado ese seguimiento a lo largo de años sea la de Harry Potter y, especialmente, más los libros que las películas. Una cosa que J.K. Rowling supo hacer bastante bien es volver las tramas y los conflictos más adultos y oscuros conforme no sólo Harry crece, sino que también sus lectores van creciendo con él. Entre “La piedra filosofal” y “Las reliquias de la muerte” pasaron doce años (de 1995 a 2007), y el transcurso de ese tiempo se trasladó a los libros. Los villanos a los que Harry tenía que enfrentarse, y las experiencias vitales que tenía que navegar, son muy diferentes del primer tomo al último, incluso aunque en todos sea Lord Voldemort el malo malísimo y se nos recuerde que asesinó a los padres de Harry. Es un aspecto de las novelas de Rowling que las películas nunca lograron replicar del todo, aunque siguieran paralelamente la maduración de la historia y de sus personajes.

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